domingo, 25 de enero de 2009

Gracias a ellos

Por Federico

La aparición de un cáncer o un tumor es como un meteorito que impacta con toda su fuerza en una persona y produce luego un temblor que repercute en todo su entorno. Hay uno que recibe el golpe, de lleno, y es sobre todo él o ella quien debe, a partir de entonces, configurar una nueva vida. Pero no podemos ignorar que hay otros que sufren por uno, y que ellos también son víctimas de esa maldita noticia. Nuestros familiares, amigos y parejas también se ven obligados a reordenar su vida y sacar de la galera nuevas destrezas. Abrir nuevos canales de comunicación, romper barreras viejas y procurar estar cerca. Nos guste o no, es una verdadera oportunidad para dar pasos y saldar deudas que a veces acumulamos por años.

Estar cerca es un hecho que habitualmente se considera como una verdad inherente a las relaciones. Si estás de novio, estás cerca; si tenés padres y hermanos, estás cerca. Creemos conocernos más de lo que realmente nos conocemos, y nos basta con el hecho de ser pareja, amigo o familiar para creer que hay un vínculo sólido, que verdaderamente estamos en condiciones de acompañarnos en todos los momentos que nos pueda tocar pasar. Personalmente creo que es un error, que además cuesta caro cuando, por ejemplo, se trata de padres e hijos, y que hay montañas de miedos, inhibiciones y vergüenzas que nos mantienen lejos a unos de otros, y también una pizca de arrogancia y exceso de comodidad, también, porque creemos conocer al otro cuando quizás sea un inmenso mundo ignorado. Estar cerca, creo, y sostengo, es toda una ciencia. Un arte, que no se hace solo, porque tenés pareja, o porque tratás bien a tus hijos y no entrás en peleas.

La aparición de un tumor es como una gran puesta a prueba, y una gran lente que pone a los vínculos, rotos, débiles o arraigados, en absoluta evidencia. Es como quitarte de un tirón ese colchón donde descasabas cómodo, y darte un empujón para que te pongas en acción. Al enfermo, para revalorar y resignificar su vida. Para él y para su entorno es también una exigencia, de romper barreras, estrechar las distancias y acercar los corazones. Librarse de fachadas y caretas, y hacerlo aún cuando la muerte está asomando un ojo entre todos.

Además de mi experiencia como enfermo me tocó, en otro momento, acompañar a mi viejo, quien murió hace ya más de diez años por un cáncer de pulmón. En mi familia siempre reinó el buen trato, la no agresión y una suerte de convivencia perfecta, pero debo decir que no logramos, a mi juicio, lo que considero yo una comunicación plena y abierta. Había —y hay— ciertas experiencias y cosas que no se cuentan. Nos manejamos más con la intuición y procuramos que el otro sienta que uno está a su lado, pero no se ponen las palabras enteras, las emociones y los sentimientos en la mesa. Es una modalidad contra la que yo mismo peleo, porque la replico aunque no quiera.

Así nos encontró pues, con ciertas barreras internas, el cáncer de mi viejo. Un año estuvo enfermo y mientras pudo procuró mostrarse resuelto. Una noche se agotaron esos dispositivos, el propio ceder del cuerpo los extinguió, y entonces lloró, en el sillón del living, y nos abrazamos en silencio.

La exposición es total y la vulnerabilidad nos pone a flor de piel, susceptibles, hipersensibles, y te gana la tristeza, la depresión, la bronca. Son emociones que tienden a colonizarnos por dentro, y si acaso uno es el enfermo puede ponerse al mundo como enemigo, vivir caliente y tenso; o ser un familiar, novia, hermano, amigo, querer acercarse y no saber cómo hacerlo. Cualquier movimiento da miedo.

Somos como empleados de oficinas, apoltronados por años en nuestros puestos, y de pronto tenemos que salir como atletas a una cancha, jugar un partido, ganarlo y además hacerlo como expertos. Ponerse a tiro, de un día para el otro, o declararse para siempre un enfermo.

Mi intención, y a lo que voy con todo esto, es reparar en aquellos que les toca acompañarnos en estos momentos. La noticia, el bajón, los estudios médicos, la operación, el cagazo, los rayos, la quimio, el miedo. Contener y acompañar con amor, con cuidado y con el cuerpo y el corazón todo eso. Bancar al otro, procurando no invadirlo, pero estar presente siempre. Medir con cuidado y saber cómo y dónde ponerse. Desde siempre y aún con las dificultades que mencioné, mis viejos lo hicieron.

En la segunda operación, hace cuatro años, tuve el acompañamiento y el apoyo de Carla, quien entonces era mi novia y compañera. Hacía un par de años que vivíamos juntos cuando llegó la noticia. Ella vivió en carne propia y a la par mío el dolor, los malos y los buenos momentos. Supo llevar las cosas para vivir con el mejor ánimo y la mayor esperanza la experiencia que nos tocó pasar, desde la aparición del tumor hasta el final de la quimio y el Temodal. Su presencia a mi lado y su apoyo fue inmenso. Tiempo después nos separamos, pero nada podrá borrar mi agradecimiento y el recuerdo de su presencia y su acompañamiento.

1 comentario:

SOFIA dijo...

LA ANSIEDAD POR LA ENFERMEDAD PIERDE LO QUE EN LA CALMA ABUNDA.
LA INDIFERENCIA OLVIDA LO QUE LA PARTICIPACIÓN RECUERDA.EL SILENCIO SABE LO QUE EL BULLICIO IGNORA. LA CONCIENCIA ENTIENDE LO QUE LA DISTRACCIÓN EVADE. LA HUMILDAD GANA LO QUE EL ORGULLO PIERDE. LA PAZ TIENE LO QUE POR CONFLICTO SE ALEJA. LA FE PUEDE LO QUE EL SENTIR QUIERE.LA TERNURA ENLENTECE LO QUE LA SOBERBIA HUMILLA. LA ACEPTACIÓN RESTABLECE LO QUE LA NEGACIÓN AGREDE.
QUERIDOS INPACIENTES, NO HABÉIS PENSADO EN TODO ESTO EN EL TRANSCURSO DE LA ENFERMEDAD?
UN BESO FUERTE DESDE MADRID